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fundamentalmente lo espontaneo, sin cortapisa alguna , ni falsos formalismos, ni tapar, ni disfrazar la verdad

apartando la hipocresía, la simulación, los intereses creados. También lo que se venga en gana, con respeto
por supuesto, si cabe y es merecido....

miércoles, 17 de julio de 2019

Interés general 17 de julio de 2019

Ese “piantao” argentino que los astronautas quisieron conocer

Junio de 1916, el mendocino Zuloaga y el platense Bradley cruzan de Chile a Mendoza en globo. Son los primeros en cruzar por el aire la cordillera de los Andes. En su proeza, alcanzaron los 8.100 metros de altura. Por esa hazana eran conocidos por los tripulantes de la Apolo 11.
Por Miguel L. Rosarno*  DIARIO LA CAPITAL Mar del Plata Argentina 
Esta es la simple y humilde historia de un aviador argentino llamado Ángel Zuloaga, fallecido en 1975. El Ministro de Defensa del Gobierno del Gral. Juan Carlos Onganía (Dr. Cáceres Monié), no se cansaba nunca de contar el siguiente hecho cuando en 1969 los primeros seres humanos que pisaron la Luna llegaron a Argentina dentro de la gira triunfal que habían comenzado alrededor del mundo para ser aclamados y agasajados, él fue el encargado de recibirlos y no apartarse de ellos en las ceremonias, ya que Monié hablaba perfectamente inglés y los americanos ni una gota de español.
El tema es que Caceres Monié estaba ahí donde fuera, paradito junto a Neil Armstrong, Michael Collins y Edward “Buzz” Aldrin, flanqueados por la bandera argentina por un lado y la norteamericana por el otro. La recepción fue en la Cancillería, frente a la Plaza San Martin y entre cada saludo y cada saludo Armstrong que se acercaba al oído de Cáceres Monié y le susurraba: “Ud. creé que esto va a finalizar rápido?” – decía el americano con gesto de preocupación- “Pero porqué”? preguntaba Monié extrañado- A lo que Collins (en la oreja opuesta de Monié) susurraba: “Es que nosotros vinimos a Argentina solo para ver al “Loco” y sabemos que a las 8 de la noche se retira a dormir”….”Y nosotros partimos de Ezeiza mañana a las 7hs!!!.Neil Armstrong lo aturdió al Ministro de Defensa con este reclamo, porque él quería ir a ver a su héroe, su único héroe de la infancia, al “Loco”.
La plaza, de por medio
Solo el ancho de la Plaza San Martin separaba la Cancillería del humilde departamento del 7mo. piso del edificio de Florida y Av. Santa Fé, un departamento en el cuál en ese momento un viejito frágil y bajito le pasaba una franela a sus libros en la biblioteca, un plumerito a esa artesanía en madera tan amada por él que representaba a Ícaro, y le pasaba (orgulloso) una virulana a una plaqueta de bronce que su amigo Belisario Roldán le había regalado en 1916 y que decía “Yo tengo una cosa aguda que decirle a los astros: ya no son ellos los únicos que han visto a los Andes desde arriba”.
Y es que ese viejito, a los 31 años, junto a su inseparable compañero Eduardo Bradley realizó la mayor proeza hasta ese momento: por primera vez cruzó con su globo remendado “Eduardo Newbery” las aterradoras montañas de Los Andes por encima de los agudos picos nevados, en trayecto de Santiago de Chile a Mendoza. Soportan temperaturas de 33° bajo cero, pero el globo no termina de subir, se estabiliza a los 6.500 metros y ven cómo van a estrellarse o contra el Aconcagua o contra el Tupungato: había que desprenderse de todo el peso posible. Arrojaron las bolsas de arena y nada. Lanzaron las bolsas con comida. Nada aún. Tiraron por la barquilla los revólveres y las municiones. Las paredes seguían acercándose a colisionar de lleno contra ellos. Nada aún. Con todo dolor se desprendieron de todos sus instrumentos científicos, catalejos, relojes y anclas. Igual. En un último intento, se desprendieron de su ropa de abrigo pesada y luego de la liviana. Cuando ya estaban por quitarse los calzones y las camisetas y desprender la barquilla para solo quedar atados a las cuerdas del globo, una proverbial corriente de aire los levanta y pasan a escasos 6 metros por encima del Aconcagua. Ven los valles mendocinos y se largan a llorar como chicos, por más que el porrazo del descenso fué memorable, aunque sólo rasguños. Quedaron al borde de un abismo, tambaleando como la piedra movediza, pero unos paisanos los salvaron. Esa misma tarde en Mendoza casi 2000 personas los llevaron en andas. A los 2 días en Buenos Aires iban en andas sobre casi 40.000.
A ese viejito los franceses lo llamaron “Capitán Soulage”, ya que colaboró anónimamente con la aviación militar francesa durante la Primera Guerra, produciendo múltiples derribos a los alemanes y era público y sabido que Manfred von Richthofen (el Barón Rojo) siempre buscó por los cielos al “único halcón que vuela como yo”, para dirimir talentos, aunque nunca se encontraron. Ese viejito fué galardonado como “Caballero de la Legión de Honor de Francia” y como “Comendador de los Cielos del Imperio Británico”, amén de todas las condecoraciones en todo lugar del mundo recibidas.
El que creó la Fuerza Aérea Argentina, estaba limpiando todo para que su hogar luciera impecable para recibir a tamaños visitantes, aunque (en su humildad) no entendía mucho porqué querían conocerlo. Se estaba por ir a dormir cuando a las 8 en punto de la noche, tocan el portero eléctrico. Escucha como su hija Esther habla en perfecto inglés con los visitantes y luego de la subida por ascensor, les abre la puerta, fué verlo. que Zuloaga los saludara con una franca sonrisa, que Collins casi no pudiera ni emitir palabra en los 45 minutos que duró la reunión, que “Buzz” Aldrin le hiciera todas las preguntas que su compañero no podía ni balbucear (mientras le sacaba foto tras foto) y que el gigante, duro y ya legendario Neil Armstrong (Comandante de la Apolo XI) no parara de llorar como un chico.
En el país de Superman, Batman y no sé cuántos héroes más de ficción, él estaba en ese momento ante el único superhéroe de su infancia, cuyas historias lo habían llevado a apasionarse por la aviación y ser el primer hombre en pisar suelo lunar.
Simplemente estaba ante Ángel María Zuloaga, el “Loco”, y fue el día más feliz de su vida.
Astronautas, ¿y cholulos?
Los legendarios astronautas (cuál simples cholulos) quisieron llevarse un recuerdo de Zuloaga, cualquier cosa. y al “Loco Zuloaga” se le ocurrió ir a la cocina a lavar los platitos, las cucharitas y los pocillos que tenían impreso el escudo de su viejo globo “Eduardo Newbery”, los mismos pocillos con los que hasta hacía un rato había compartido un cafecito con los imprevistos visitantes. Si uno va hoy al Museo de la NASA en Cabo Cañaveral, bajo increíbles artefactos y rodeado de objetos que representan epopeyas, en una vitrina y bajo una campana de cristal se encuentran expuestos a la admiración el juego de tres pocillos con sus platitos y cucharas utilizados en aquella pequeña velada. El cuarto pocillo con su cuchara y platito, el utilizado por Ángel María Zuloaga, sigue estando aún hoy expuesto en el hogar del ya fallecido “Capitán del Espacio”, en la que él llamaba su habitación de trofeos.
Qué paradoja, a Zuluaga le decían el Loco y el poeta Ferrer compone ese año el tango “ Balada para un loco “, inspirado según dicen en algún tramo en los astronautas llegados a nuestro país en aquella fugaz visita…
Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao, no ves que va la luna rodando por Callao        que un corso de astronautas y niños, con un vals, me baila alrededor. ¡Baila!¡Vení¡Volá!
Fuente:http://buendianoticia.com/nota/7744/zuloaga
* Creador del Museo de las Telecomunicaciones

martes, 11 de abril de 2017

Siete consejos para una buena memoria


                               El envejecimiento cognitivo es un proceso normal, pero hay hábitos que ayudan a mantener la lucidez.
Siete consejos para una buena memoria
Las palabras cruzadas y los juegos de ingenio ayudan a mantener en forma el cerebro.
Neurociencias
Enfermedades Neurodegenerativas
A medida que pasan los años, la memoria se convierte en un bien cada vez más preciado. Es que el envejecimiento cognitivo es un proceso normal al que nadie escapa. Y si bien no existen garantías en lo que respecta a prevención de la pérdida de memoria o de la demencia (el Alzheimer es su tipo más común) hay actividades que pueden ayudar a mantener la lucidez.
En un artículo publicado recientemente en el sitio de noticias de la Clínica Mayo, especialistas de esa prestigiosa institución estadounidense enumeraron siete consejos para favorecer la salud cognitiva y dieron pautas sobre cómo establecer si es necesario buscar ayuda profesional.

1. Permanecé activo mentalmente
Así como el ejercicio físico impacta favorablemente en el cuerpo, las actividades mentales ayudan a mantener en forma el cerebro: completar juegos de palabras cruzadas, tomar rutas alternativas al conducir, aprender a tocar algún instrumento musical, y hasta participar como voluntario en alguna organización comunitaria son algunas de ellas.
2. Mantené relaciones sociales
La interacción social ayuda a prevenir la depresión y el estrés, dos circunstancias que pueden contribuir a la pérdida de memoria. Por eso, especialmente quienes viven solos, deben buscar oportunidades para compartir tiempo con seres queridos, amigos y otras personas.

3. Organizate
Una libreta -de papel o electrónica- en la que anotar tareas, citas y acontecimientos en general es un buen ayuda memoria. Podés incluso repetir cada entrada que agendes en voz alta para ayudarte a afianzarla en tu memoria. Es conveniente mantener actualizadas las listas de quehaceres y marcar los que ya realizaste.

Destiná un lugar concreto para las llaves, la cartera y otras cosas imprescindibles.

Limitá las distracciones y no intentes hacer muchas cosas a la vez. Si te enfocás en en la información que estás intentando recordar es más probable que lo logres. También puede ayudar conectar lo que estás intentando recordar con una canción u otro concepto familiar.

4. Dormí bien
El sueño tiene un papel importante en ayudarte a consolidar los recuerdos, para que puedas pensar en ellos más adelante. Dormir bien debe ser una prioridad. Entre siete y ocho horas diarias de sueño es lo que la mayoría de los adultos necesitan.

5. Comé bien
Una dieta saludable es buena tanto para el cerebro como para el corazón. Comé frutas, verduras y cereales integrales. Elegí fuentes de proteína bajas en grasa, como el pescado, la carne magra y las aves sin piel. No tomar suficiente agua o beber demasiado alcohol puede llevar a la confusión y la pérdida de memoria.

6. Movete
La actividad física aumenta la presión sanguínea en todo el cuerpo, incluyendo el cerebro, lo que puede favorecer el cuidado de la memoria. Las guías de actividad física recomiendan realizar al menos 150 minutos semanales de actividad física moderada (una caminata a paso ligero) o 75 minutos de actividad intensa (como trotar). Pueden dividirse en sesiones de 10 minutos a lo largo del día si es que no se dispone de tiempo para rutinas más extensas.

7. Controlá las enfermedades crónicas
Es importante seguir las recomendaciones médicas para el tratamiento de enfermedades crónicas como depresión, presión alta, colesterol alto, diabetes, y problemas de riñón o tiroides. Mientras más te cuides, mejor estará tu memoria. Además, revisá la medicación con tu doctor en forma periódica, ya que hay remedios que pueden tener un impacto en la memoria
Cuándo buscar ayuda

Los olvidos no son siempre motivo de preocupación. En los adultos mayores, las fallas en la memoria deben ser motivo de alarma cuando afectan la información que es particularmente importante o conocida para quien la olvida, cuando las lagunas mentales se vuelven frecuentes o cuando los olvidos interfieren en las actividades diarias. Los chequeos suelen incluir una revisión de la historia clínica, un examen físico y pruebas cognitivas. En algunos casos, una evaluación neurológica y exploraciones del cerebro pueden ser también necesarias.

martes, 27 de septiembre de 2016

Un paseo por el universo de Piazzolla


LA NACION
LUNES 05 DE SEPTIEMBRE DE 2016


Desde mañana, la Ciudad Cultural Konex honrará al gran bandoneonista con propuestas que van de lo clásico a lo más innovador
SEGUIRMarcela AyoraLA NACIONLUNES 05 DE SEPTIEMBRE DE 2016
Un ensayo muy descontracturado de Hypnofón, con Elena Roger con la batuta de Terán
Un ensayo muy descontracturado de Hypnofón, con Elena Roger con la batuta de Terán. Foto: LA NACION / Mauro Alfieri
Era 1935 en Nueva York y en un estudio de los grandes se filmaba El día que me quieras. Gardel tenía 44 años y no sabía que pronto moriría. Piazzolla, de 14, filmaba una escena junto a él. El cine los juntó. La música los eternizó. El tango hizo todo.
Desde la película en blanco y negro se los puede ver juntos. La escena que comparten empieza por mostrar la noche en que Gardel se escapa de la casa paterna por un balcón que da a la calle. Lleva el estuche de un instrumento. En la vereda lo espera un amigo, también músico. Empiezan a caminar y desde atrás un policía les pide que se detengan. Cuando giran, el policía reconoce a Gardel. "Ah, es usted", le dice.
 Una luz exagerada ilumina la cara del Zorzal y su sonrisa de postales, y él no es él, sino su personaje. El plano se abre todavía más y ahora hay un niño: es Piazzolla, hace de un canillita -figura espigada, cara de pícaro-, y está frente a él, apenas a dos metros de Gardel. Hacen un chiste y todos ríen. "Diarios, diarios", se le escucha decir al pequeño Ástor, y sale hacia la izquierda de la pantalla. Fin de la escena. Ahí están los dos, eternizados en una estampa icónica de legado musical. El Zorzal es adulto y reconocido; el niño está de pantalones cortos y será la nueva generación, el tango según Piazzolla.

De estar vivo, cumpliría 95 años. Dicen quienes lo aman que se lo extraña; y los que no quieren su forma de atravesar el tango también lo traen al hablar de él. Desde el abanico posible de darle play a su obra y hacer sonar sus contrapuntos y elongaciones -tan de él-, en el Centro Cultural Konex se desarrollará Experiencia Piazzolla en el Konex. Durante seis días, entre mañana y el domingo, distintos artistas abordarán el universo Ástor. De las diferentes propuestas para contarlo, una de ellas traerá el lado menos conocido del maestro: su trabajo con las bandas sonoras de películas. A cargo del músico y director Alejandro Terán, el miércoles se podrá disfrutar de Persecuta 676. Dirigirá a su banda, Hypnofón, y contará con las voces solistas de Daniel Melingo y Elena Roger, y una performance de la bailarina Leticia Mazur. Un auténtico repertorio lado B de Piazzolla en manos de Terán, que recibió en 2015 el Premio Konex de Platino como arreglador; a partir del premio, la Fundación lo convocó para llevar adelante una puesta diferente sobre el autor de "Adiós Nonino".

Esta experiencia toma su nombre del álbum Persecuta, y de la dirección del bar porteño (Tucumán 676) donde Piazzolla tocaba seguido en la década del 60 y que se convirtió en lugar referente del tango y su bohemia. Perfumándose vintage, la puesta se basa en algunas de las 44 piezas que compuso para el séptimo arte, entre 1949 y 1987. Y cómo no iba a estar el cine en su música, después de aquel cruce con Gardel en un set de filmación, de haber recorrido pasillos y estudios; todas esas nuevas cosas de ser un adelantado a su época. Las piezas que se trabajarán son bandas de sonido que musicalizaron películas de diferentes realizadores: Fernando Ayala, Carlos Torres Ríos, Jeanne Moreau. Dentro de las más conocidas están los films de Pino Solanas posteriores a la última dictadura, El exilio de Gardel y Sur, donde Roberto Goyeneche cantara "Vuelvo al Sur". Desde el programa del show, Hypnofón presenta su concepto del espectáculo así: "Persecuta 676 es un lugar distópico ubicado en un 1965 retrofuturista o bien en el 3001 del «Preludio piazzolliano». Tiene las características de una boite porteña, pero es un error en la Matriz: un vector del espacio-tiempo que se ha descalabrado. En este retrofuturo abstracto la cultura argentina se ha roto en millones de fragmentos y ahora luce reconstruida por raros extrañamientos. Las costuras son imperfectas: un fragmento está unido a otro que no era parte de la pieza original. Los resultados son algo monstruosos porque la memoria está dañada".

"Quisimos recuperar algo de aquélla boite en la que tocaba Ástor. Como hacen los científicos -dice Terán, reduje la muestra hasta un esqueleto, un Piazzolla muy poco visitado. Empecé a desenvolverlo y por suerte aparecieron mis amigos Daniel Melingo y Elena Roger: son los dos que uno quiere para hacer eso. Con Elena ya habíamos hecho el homenaje a Cerati." Cree que llega a estos temas de Piazzolla como parte de una "aproximación exógena". Pero quiere dejar en claro que no viene "de ningún academicismo". Terán hizo un recorrido musical amplio. Estudió cuerdas con Enry Balestro y clarinete con Mariano Frogioni; los considera sus formadores y maestros. Viene del rock de los ochenta. Tocó con La Portuaria, Los Pericos, Soda Stereo, Cerati solista, entre otros. Estuvo a cargo de los 11 episodios sinfónicos de Gustavo Cerati en el Colón. "Gustavo era un tipo que ponía las luces en verde. Me decía que sí. Toda la experiencia que no tenía en la instrumentación sinfónica él me la dio igual. Y viajamos a Londres, con la Filarmónica", dice Terán. Se proclama autodidacta. Subraya que eso tiene un lado bueno y uno malo. "Si no hay un marco institucional, hay que reemplazarlo por más voluntad. Soy un joven punk de los 80 interesado por el contrapunto."

De los dos solistas que se sumarán a Hypnofón, uno de los cantantes, Daniel Melingo, también viene del rock. Fue parte de Los Abuelos de la Nada, Los Twist y desde fines de los noventa entró al tango. Está por sacar un nuevo disco, Anda, que dará a conocer a principios de octubre. Instalado en un repertorio tanguero, es considerado un intérprete singular. De voz trasnochada y un ojo sensible para seleccionar el repertorio que lo representa, hará su versión piazzolliana. "Estoy estudiando como loco los grandes arreglos de Terán -dice Melingo. Es maravilloso trabajar con él. Lo que va a hacer al evitar el bandoneón es lograr que transpire toda la música del Ástor compositor. Piazzolla es uno de los grandes de todos los tiempos."

La otra solista, Elena Roger, canta desde siempre. Llevaba años de encabezar espectáculos, pero la popularidad a nivel mundial le llegó con Evita, la versión del productor musical Andrew Lloyd Webber. En 2011 ganó el Premio Konex de Platino a la mejor actriz de musical para la década 2001-2010. Es menuda y delicada. "No se puede creer lo que sale de ese cuerpito", dice Terán al referirse a ella. Será la segunda vez que trabajarán juntos. "Alejandro es un gran artista sin límites -asegura Elena. Aquella primera vez que me convocó para el tributo a Gustavo Cerati, a interpretar una canción que no podía ser más acertada, «Vivo»." En relación con abordar esta obra, Roger cuenta que es un material que le resulta cercano. En ese sentido, "junto a Daniel «Pipi» Piazzolla -dice, nieto del gran Ástor, llevamos tiempo trabajando en un disco juntos sobre canciones y tangos de su abuelo, que cerrará con un show para el mes de noviembre".

Está la música, y también la danza. Dentro del show habrá lugar para que un cuerpo siga a Piazzolla; que la música imante al cuerpo. Como única bailarina sobre el escenario, Leticia Mazur tendrá a su cargo la danza de un tema de Persecuta 676. Bailarina, actriz, coreógrafa, trabajó con De la Guarda y El Descueve. Brilló en Secreto y Malibú. "Bailar a Piazzolla es un enorme desafío -asegura Mazur, más tratándose de una orquesta en vivo. No soy bailarina de tango. Mi búsqueda tiene que ver con desarrollar un lenguaje personal y eso me pone en un compromiso muy grande, el de poder interpretarlo con verdadera entrega, sin caer en la solemnidad."

Además de detenerse en ese costado menos conocido del compositor, "se podrán percibir los fantasmas de Nadia Boulanger, Alberto Ginastera, Aníbal Troilo", afirma Terán. Serán 25 músicos en escena: un seleccionado nacional de los más grandes, los que tocaron con todos, y que todos quieren tocar con ellos. En la línea que marca el arreglador, se destacan los primeros violines, Marta Roca y Javier Casalla. Marta es española, vive en el país desde hace diez años. De formación clásica, académica, actualmente en la Camerata Bariloche. Según los directores con los que trabajó, es un gran violín al que siguen por como ella arma la música para los otros desde sí. A Casalla le dicen el gurú. Un histórico del rock, donde se nombren bandas él figura; estuvo con todos. Es el violín de Bajofondo. Coinciden en llamarlo el bohemio exquisito. En la batería estará un clásico: Fernando Samalea. Terán lo define como un sostenedor de proyectos, un enorme curador constante de arte. ¿Con quién no tocó?, es la pregunta sobre Samalea y el sonido particular que le da a cada parche. Estará también el trompetista Miguel Tallarita, un caballero de la noche, como lo llaman sus colegas. Carismático sobre el escenario y al dejarlo. Un versátil. Y cada uno de los 25 que tomará a Piazzolla entre sus manos tiene un recorrido nutrido y poco convencional.

Los gardelianos se resisten. Que lo de Piazzolla no es tango, dicen. Él llegó para escribir lo nuevo. Y sabía mucho de lo anterior. Tuvo sobre sí el ADN del tango. Fue bandoneón y arreglador de Troilo. Instaló esa nueva contracción que tal vez obedecía a su nerviosismo de hombre de mar. Nació en Mar del Plata, la ciudad con puerto que le abrió la salida a las aguas profundas sobre las que viajó a lo largo de toda su vida. A partir de él, la forma de entender la música de Buenos Aires queda dividida en una plataforma binaria (Gardel-Piazzolla) que encuentra, también, réplicas en el fútbol, la política, las calles. Pero su música lo cruza todo y lleva algo de la sal de los océanos, los que atravesó al reinventar esas nuevas latitudes.

Un experiencia inmersiva

Todos los Ástor, en seis intensas jornadas

Martes 6

Inauguración: Quinteto de la Fundación Ástor Piazzolla. Con Jairo y Julia Zenko

Miércoles 7

Orquesta Hypnofón, dirigida por Alejandro Terán. Con Daniel Melingo y Elena Roger

Jueves 8

Hermeto Pascoal

Viernes 9

Pedro Aznar, con Escalandrum

Sábado 10

Néstor Marconi, Julio Pane, Juan José Mosalini y la Camerata Bariloche

Domingo 11

Cierre con Susana Rinaldi, Raúl Lavié y la Orquesta del Tango de Buenos Aires

viernes, 11 de marzo de 2016

Pizzuti encabezó el emotivo homenaje a Perfumo en el Cilindro

 Juan José Pizzuti en el Cilindro para homenajear al Mariscal Perfumo. (Juano Tesone)
Clarin.comDeportes12/03/16
                                            El entrenador del mítico equipo campeón del Campeonato del 66', la Libertadores y la Intercontinental 67', que tuvo al Mariscal como gran figura, ingresó al césped junto a un niño con la camiseta 2 de La Academia y dejó un ramo de flores sobre el césped.
     
El Cilindro de Avellaneda fue la casa de Roberto Perfumo. El Mariscal, una gloria de Racing, pero también de todo el fútbol argentino, murió anoche a los 73 años y el mundo de la pelota lo llora. Antes del partido ante Lanús, el club de Avellaneda lo recordó con un homenaje que tuvo como protagonista a Juan José Pizzuti.

El entrenador del mítico equipo del 66 y de la Copa Libertadores y de la Intercontinental 67' que tuvo a Perfumo como una de sus figuras más destacadas, ingresó al campo de juego acompañado por un niño con la camiseta número 2 de Racing, el modelo que mejor lució el Mariscal. Y con una pelota de la época debajo del brazo.

Juntos se acercaron hasta la mitad de la cancha donde un banner con la leyenda "Hasta siempre Mariscal" y la foto de Perfumo descansaba sobre el césped. Pizzuti dejó un ramo de flores ante la ovación que bajaba desde los cuatro costados del estadio. "Y ya lo ve, y ya lo ve, es el equipo de José", entonó el público, que luego explotó en aplausos.


Minutos antes, los once jugadores que saltaron al campo de juego para enfrentar a Lanús habían posado con la pancarta para la clásica foto.

lunes, 22 de febrero de 2016

Con Umberto Eco en Caracas



Con Umberto Eco en Caracas; por Tulio Hernández
Por Prodavinci | 22 de febrero, 2016

EL BLOG OPINA 
                                Así es la vida, las cosas suceden sencillamente porque así deben suceder. Una experiencia que los protagonistas recordarán hasta el fin de sus días. Imposible imaginar con antelación como saldrán las cosas de este calibre ante la responsabilidad que implica  el tamaño de semejante compromiso.  Afortunadamente todo marchó sobre rieles y por ello no dejamos de pensar que la suerte, (la que siempre está en juego) estaba del lado correcto. 
                                                       Camino del Aeropuerto Internacional de Maiquetía a buscar a Umberto Eco para trasladarlo a Caracas. Marianella Montenegro y el autor de estas líneas, por entonces una pareja de recién casados, conversábamos sobre  la curiosa situación  de  disponerse a recibir a un autor consagrado, una leyenda viviente de la literatura y del pensamiento, cuyos libros habíamos leído con reverencia desde muy jóvenes. En un rato lo tendríamos frente a frente. ¿De qué hablaríamos? ¿Cómo evitar caer en el lugar común de decirle, por ejemplo, cuánto nos habían gustado  El nombre de la rosa o Apocalípticos e integrados?

Pero las circunstancias en las que nuestro italiano se presentó lo facilitaron todo. Habíamos arreglado que fuera recibido en la sala VIP del aeropuerto y así se lo habíamos notificado. Pero Eco −luego constataríamos que era un distraído−  tomó por los caminos normales, hizo las colas de cualquier vecino para recibir los sellos en el pasaporte y se hallaba perdido.

Umberto Eco más allá del bien y del mal; por Boris Muñoz 320En la sala donde le aguardábamos entró el nerviosismo. Pensamos que no había llegado en el vuelo de Aerolíneas Argentinas, hasta que se nos ocurrió ir a buscarlo en las cintas de equipajes. Y allí lo conseguimos. Un tanto despeinado y desvalido, con una parte de la camisa por fuera del pantalón, un tanto preocupado porque su equipaje aún no había llegado. Le dimos la bienvenida y lo calmamos informándole que la maleta ya estaba en la Sala VIP donde un grupo de periodistas aguardaba para entrevistarlo.

Pero nuestro invitado no quería declarar a la prensa.

La noche anterior, su casa en Turín había sido agredida por unos grafitis que decían algo así como: “¡Eco, si no quieres ser italiano, vete del país ya!”. Era la respuesta a unas declaraciones dadas en Buenos Aires en las que había expresado su malestar y su vergüenza porque un “miserable” como Berlusconi se perfilaba como nuevo Jefe de Estado de la República italiana. Un periodista las había tergiversado y lo había puesto a decir que “dejaría la nacionalidad italiana si Berlusconi ganaba las elecciones”.

Así que, sin más, decidimos irnos directamente al hotel en Caracas. El viaje se hizo rápido. No había cola en la autopista y, además, Eco resultó ser un animado conversador, agradable y llano, que hablaba un buen castellano y fluidamente inglés y francés. Nos habló de su viaje a Buenos Aires, su aprehensión sobre el mal periodismo y, con sinceridad, confesó que de Venezuela sólo conocía del proyecto de integración de las artes de Carlos Raúl Villanueva. Nada más.

♦♦♦

Como lo hizo hasta el final de sus días, Umberto Eco publicaba desde hace muchos años una columna semanal en la revista L’Espresso. Había aprovechado el largo viaje desde Argentina para escribir la de esa semana en esa novedad del momento llamada laptop y necesitaba conectarse a Internet para enviarla con urgencia.

Allí comenzó otro episodio.

Aunque era la mejor del hotel, la habitación no tenía conexión a la línea telefónica para internet. El WiFi aún no había aparecido en el horizonte tecnológico. Pedimos ayuda urgente. El gerente mismo del hotel se hizo presente ofreciendo sus excusas. También el jefe de mantenimiento. Intentaron por diversos medios, pero la conexión fue imposible.

La laptop de Eco era un dispositivo especial que no tenía acceso para diskette, así que la única opción era imprimir el texto y enviarlo vía fax. Lo intentamos pero, como eran las cosas en aquel 1994, las impresoras del hotel no eran compatibles y el asunto empezó a ponerse escabroso. Si el artículo no llegaba antes de las doce de la noche a la redacción en Roma no entraba a imprenta. Eco estaba angustiado. Necesitaba aclarar su declaración de Buenos Aires.

Para hacer el cuento breve, tuvimos que irnos a mi oficina ubicada relativamente cerca, en Parque Central, llamar a uno de mis amigos “high tech” quien trabajó más o menos dos horas hasta que logró imprimir y enviar el texto a Italia.

Bienvenido a Venezuela.

♦♦♦

Junto al arquitecto Rocco Mangieri, quien había sido su alumno en Italia, habíamos organizado la visita. Para entonces yo presidía Fundarte, la organización cultural de la Alcaldía de Caracas. Eco dictaría una conferencia para la Cátedra Permanente de Imágenes Urbanas que recién habíamos inaugurado con una clase magistral del antropólogo argentino-mexicano Néstor García Canclini, aclamado por entonces gracias a la publicación de su best-seller Culturas híbridas.

La conferencia había sido programada inicialmente en la Sala Ana Julia Rojas del Ateneo de Caracas, cuando aún no había sido expulsado de su sede por el gobierno rojo. Tan intensa fue la presión del público (más de mil personas habían llamado solicitando cupo y el aforo era sólo para 400) que decidimos mudarla a la Sala Ríos Reyna del Complejo Cultural Teresa Carreño. Aún no había sido convertido en el centro de convenciones del PSUV. Logramos un acuerdo con Isaac Chocrón, su director. Sólo había dos problemas: cómo conseguir y costear dos mil equipos de traducción simultánea y cómo imprimir mil 600 programas de mano más. En el más puro estilo venezolano, tan bueno para las emergencias y los operativos, las dos cosas fueron resueltas de inmediato.

A los organizadores nos preocupaba, sin embargo, que el tema elegido por Eco, una reflexión sobre la verdad histórica y verdad literaria en la relación entre París y Los Tres Mosqueteros de Alexander Dumas, fuera demasiado especializada. Pero el público, que hizo cola desde tres horas antes para acceder a la sala, se mantuvo atento hasta el final; asistía con la veneración de quien escucha un oficio religioso porque, lo entendimos después, lo importante era escuchar y ver a Eco, no entender lo que estaba diciendo. Estábamos ante un superstar de la cultura y la gente le pedía autógrafos sobre el programa de mano. Eco lo hizo con gusto, hasta que se agotó físicamente.

♦♦♦

La gira fue todo un éxito. Los diarios, que para entonces eran muchos, no oficialistas y con extensas páginas dedicadas al tema cultural, reseñaban a página entera sus intervenciones. Tanto la de Caracas como la de Mérida y la de Maracaibo. Nuestro invitado cumplía su papel de vedette intelectual a cabalidad. Era un verdadero trabajo ser Umberto Eco las veinticuatro horas del día. Las autoridades de la UCV hicieron de guías en la visita a la Plaza Cubierta, la Biblioteca y el Aula Magna. En la Librería Ludens tratamos de pasar desapercibidos, pero unos lectores lo reconocieron y agotaron los pocos ejemplares de sus libros que habían en oferta. Eco se los firmó amablemente.

Hasta que una noche logró deshacerse de su rol. Luego de un brindis en una casa del Country Club, ofrecido por la Asociación Emilia Romagna, coauspiciante de la gira, el semiólogo nos pidió que lo llevásemos a un lugar lo más cotidiano posible. “Donde ustedes irían un día de oficina”, dijo. Así que nos fuimos a una pequeña tasca de La Candelaria, cuando la delincuencia aún no se había ensañado con la ciudad. La Candelaria, hay que decirlo, era mariscos, vino y alegría hasta el amanecer.

Esa noche estuvo radiante. Nos habló largamente sobre su proyecto de digitalizar libros que se estaban destruyendo por la calidad del papel. Compartió sus teorías sobre cómo el formato libro persistiría, pese a la revolución digital. Pensaba que con Internet lo que iba a cambiar era la forma de impresión. El libro viajaría por la red y cada quien lo imprimiría en su casa. Por supuesto, para entonces nadie imaginaba las tabletas, el kindle ni el libro electrónico.

El restaurante estaba copado. Una madre y dos hijas veinteañeras esperaban mesa. La nuestra era de seis asientos y les ofrecimos compartirla. Obviamente no sabían quién era nuestro acompañante. Lo asumieron como un turista italiano de viaje y comenzaron una sabrosa conversación que pasó por la revista Hola, el clásico “¿Primera vez en Venezuela?¨, las mejores maneras de preparar la pasta, las canciones de Mina y otras tantas nimiedades que concentraban la atención de nuestro visitante.

Estaba feliz; por primera vez en tres días no tenía que hacer de Umberto Eco.

No quería irse. Pidió otra ronda de vino para todos y al final nos agradeció efusivamente ese gran momento.

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La última vez que lo vi de nuevo en el Aeropuerto de Maiquetía venía de Maracaibo. Esta vez fui solo a recogerlo en el terminal nacional para llevarlo al internacional desde donde saldría para Roma. Ahora estaba con su esposa que había llegado después. Seguía intranquilo con el tema Berlusconi y estaba apresurado sobre la hora de partida, pero muy jovial.

Atento a las normas del lugar común, le pregunté qué cosa le había impresionado más de este viaje a Venezuela. Sin titubear me respondió: “La visita a Juan Félix Sánchez”. Le pregunté cómo había llegado allí. Me contó que en su visita a Mérida había visto un bello libro sobre el artista del páramo. Se impresionó  con su  obra “que hablaba de Gaudi sin pronunciarlo”, dijo. Tanto que pidió conocerlo. Lo llevaron a un pueblito muy pequeño. A una casa muy modesta. Y en un cuarto casi a oscuras lo recibió un anciano en su lecho de enfermo.

“Era él. Apena si hablamos”, dijo sonreído.  Entonces se explayó: “Me preguntó si yo era italiano. Le dije que sí. Me habló de un accidente en la rodilla del Papa. Le dije que todavía caminaba con dificultad. Me pidió que si veía al Papa le diera un saludo de su parte. Y yo se lo prometí”. No hablaron más. Permanecieron unos diez o quince minutos en silencio y Eco no pudo siquiera despedirse porque el artista anciano dormitaba.

Ya era hora de entrar a migración y remató apresuradamente: “Sólo por haber visto el mural de Léger y los móviles de Calder en la obra de Villanueva valió la pena este viaje. ¡Ah, y por conocer a Juan Félix Sánchez! No siempre tiene uno oportunidad de pasar un rato con un genio”.


Ahora que sabemos de  la muerte de  Umberto Eco, pienso en su frase final.  No siempre tiene uno la oportunidad de pasar un rato, y mejor aún, varios, con un genio.

jueves, 28 de enero de 2016

CONVERSACION CON EL HUMORISTA LANDRU




“Las chicas de hoy, si un señor las invita a  tomar copetines, creen que es algo malo”
   
EL BLOG OPINA:
                                        Sencillamente genial, un hombre quien acaba de cumplir 93 años y que el año pasado publicó el libro "El que no se ríe es un maleducado" que trata de sus principales obras a lo largo del siglo XX. Un jodedor con talento, elegancia, buen gusto y por sobre todo que supo reirse de todo el mundo, empezando por sí mismo. Esta nota tiene recuerdos de una época inolvidable, sobre todo  para nosotros, que ya pasamos lo 70.  Es un honor para el blog publicarla luego de los 17 años en que fuera escrita por Ana Larravide y publicada en "Página 12" de Buenos Aires.


                                                        Tiene nombre de rey, apellido de calle y seudónimo de criminal. Juan Carlos Colombres, “Landrú”, mantiene la capacidad de asombro y la sana costumbre de reírse de sí mismo. En una larguísima entrevista con Página/12 repasó su vida y su obra, pintó un fresco del último medio siglo, se río bastante y dijo que no podría leer esta nota. Este fin de semana, “a los 76 y me llevo uno”, se fue en “viaje de placer”.

Por Ana Larravide

Se acerca sonriendo, con una enorme linterna en la mano. “¿Parezco Diógenes, ¿no?... En casa hay apagón, no podemos levantar las cortinas porque tienen un motorcito eléctrico. Así que estamos como en una catacumba. Vamos aquí a la vuelta, a tomar algo, que allí tienen aire acondicionado”. Landrú el dibujante, Landrú el ingenioso, Landrú el que ha radiografiado a diario, en cuadritos de 10 x 10, la vida y milagros de los argentinos, ya en el bar, deja a un lado su descomunal linterna, toma agua mineral con la misma elegancia que si se tratara de champán y con estilo mundano y esa voz algo ronca que antes se llamaba pituca o distinguida (no “cheta”) regala su historia.
–Su lápiz ha cumplido medio siglo haciendo historia.
–¡Uy, sí...! Desde el año ‘49 o ‘50. Yo dibujaba en esa época en una revista que se llamaba Aquí está, de la editorial Sopena. Por entonces conocí a Wimpi.
–El humorista uruguayo.
–Fue un maestro. Todavía hojeo ahora El gusano loco sin dejar de admirarlo. Wimpi trabajaba en Vea y Lea que era, por entonces, la mejor revista argentina. Antes lo había sido El Hogar. Wimpi tenía una sección que se llamaba “Puntos de Vista”. Se levantaba a las 6 de la mañana, trabajaba hasta las seis de la tarde y hacía cuatro o cinco libretos de radio (no había televisión entonces) muy buenos. Y hablaba por radio. Lo que escribía en su sección “Puntos de Vista” se lo ilustraba yo. Fui a su casa. Cuando me presentó a su mujer, me dijo: “Ella es Caracol”. Me pareció tan gracioso que no pude dejar de preguntarle: “¿Por qué le decís Caracol?”. “Porque lleva la casa”. Wimpi tuvo conmigo un gesto muy bueno. Se fue de viaje y pidió licencia. Me pidieron que “Puntos de Vista”, además de dibujarla, la escribiera yo. Cuando Wimpi volvió, le gustó tanto que les dijo: “La hace mejor que yo”. Y me la dejó.
–¿Y después?
–Después dibujé allí una página que se llamaba ¡Oh, la femme!... aquellos chistes de “señoras gordas” que confunden todo. No gordas porque lo fueran, sino por apoltronadas y desubicadas: que podrían confundir a Miguel Angel con Luis Miguel, por ejemplo, y que viven diciendo pavadas.
–Que usted caza al vuelo.
–Siempre me gustó observar, escuchar.... mi padre me llevaba al Luna Park, a ver box. Yo tendría doce años. Me divertía oyendo lo que decía el público. Como uno que, en vez de decir ¡qué hematoma!, por el ojo violeta de un boxeador, dijo: “Huy, qué otomana!”. Todas esas cosas yo las escuchaba y las iba filtrando. También, muchas cosas que decía mi padre, que tenía un fino sentido del humor.
–¿Cuándo hizo su primer dibujo como profesional?
–En 1945, en la revista de Lino Palacio, Don Fulgencio.
–¿En qué año se empezó a publicar Tía Vicenta?
–En 1957.
–¿Cuándo la cerraron?
–En 1966. La cerró Onganía. Pero me hizo un bien: fue muy comentado ese cierre. A los dos años me dieron en Estados Unidos el premio Moores-Cabot. Casualmente yo, a Onganía, que usaba un bigotazo, solía dibujarlo como una morsa. Cuando me dieron ese premio, yo le decía el premio Morsa-Cabot.
–¿Usted le puso ese sobrenombre a Onganía?
–No. Se lo decían sus íntimos. Al que le puse “La Tortuga” fue a Illia, al que apreciaba mucho y del que era muy amigo. Se lo puse por su modo de ser, calmo, por lo arrugadito (... yo decía que era arrugadito porque había nacido en Pergamino). Tomaba té de peperina. Se le hacían bromas por cosas así. Era un hombre digno. A Alsogaray le puse “El Chanchito”.
–¿Qué es esta manía zoológica?
–No sé por qué costumbre... Fijate que a Yrigoyen le decían El Peludo. A Roca, El Zorro. Después, a los contrarios a Perón, se les empezó a decirgorilas. Ese nombre fue un invento de Aldo Camarotta (como parodia de la película Mogambo, donde cada vez que pasaba algo, algún ruido, alguien decía “¡Deben ser los gorilas!”), entonces, cada vez que se rumoreaba que habría un golpe contra Perón, se decía “deben ser los gorilas”.
–¿Qué recuerdos tiene de la época de Illia?
–Había una libertad de prensa total. ¿Sabés cuál fue su problema? En las elecciones que él ganó estaba prohibido votar al peronismo. Sacó el 25 por ciento y el resto no lo apoyó. Balbín no quiso ser candidato. Sabía que el radicalismo iba a tener muy pocos votos reales. Entonces la UCR designó como candidato a Illia. Y bueno, ya en el gobierno Illia destituyó al comandante en jefe del Ejército, que era Onganía. (En ese momento yo hice una tapa para Tía Vicenta con un juego de palabras en base a las dos grandes estaciones de trenes de Buenos Aires: dibujé a Onganía con valijas “pánico en Constitución, Onganía en Retiro”.) ¡Uhhh..! a los tres meses Onganía dio el golpe. ¿Querés otro café?
–¿De dónde viene su amor por los juegos de palabras?
–A mi padre le gustaban los juegos de palabras, los refranes. A mí, desde bastante chico, empezó a gustarme dar vuelta las frases. Convertir aquello del sargento Cabral, “¡Viva la patria aunque yo perezca!”, en “¡Viva Lautaro aunque yo Murúa!” o decir que “Antes de que se inventara el sillón de Rivadavia los presidentes gobernaban de pie”.
–¿No puede parar de hacer chistes?
–Me gusta mucho mecharlos en la conversación. Pero no los prefabricados. Me gustan los que surgen en el diálogo con las personas, si viene al caso. Rara vez no es así, hay algo en mí que relaciona algo gracioso con casi todo lo que estamos diciendo. Hay personas que no están muy seguras de si hablo en serio o en broma, si, serio, digo, por ejemplo, “Antes de inventarse la pólvora las noticias corrían como reguero, nomás”.
–¿Siempre fue, el humor, su trabajo?
–No. Cuando tenía veinte años, estudiaba arquitectura. Y trabajaba en una repartición de aeronáutica como empleado civil. Después, en 1943, entré en Tribunales, donde trabajé seis años. Tribunales me enseñó mucho. ¡Lo que uno conoce la vida en un juzgado de instrucción en lo criminal! Ahí pasaban asesinos, ladrones, violadores. Me daban para investigar un sumario y yo tomaba declaración indagatoria, hacía careos, juntaba informes, hacía presunciones. Al final descubría algunos casos. Aprendí mucho del lenguaje jurídico. Me gustan mucho los lenguajes que hay dentro del lenguaje, el de los abogados, el de los médicos, el lunfardo. Una vez me quisieron hacer miembro de la Academia del Lunfardo. Pero había que ir los sábados a la tarde. Yo los sábados trabajo toda la tarde. Después, salgo. Y el domingo, trabajo. Casi es el día en que más trabajo, porque entrego varios chistes a la revista Gente y al diario Clarín. Hago una sección de cocina, “Landrú a la pimienta” y otra de turismo, “Landrú Travel”. En fin, aquella época en Tribunales me entrenó mucho en percibir a la gente y su forma de expresarse.
–¿Fue por su paso por Tribunales que eligió como sinónimo el nombre de Landrú, el criminal?
–No. Me lo puso otro dibujante, Faruk: según él, yo, con barba (la usé un tiempo) era igualito al verdadero Landrú. Empecé a dibujar, en ese tiempo, en Vea y Lea. Una vez precisé una licencia y fui a hablar con el secretario de la Corte Suprema, que era quien las daba. Un gordo inmenso, González del Solar. El hijo ¿o el nieto? ahora, es periodista.
–Nicanor González del Solar.
–Cronista de rugby ¿no? Bueno, el abuelo, cuando le dije que precisaba la licencia para dibujar, me preguntó: “¿Y cómo firma usted?”. “Landrú”. contesté. “Yo soy levantador de pesas, ¿podría hacerme una caricatura?”, me respondió. Se la hice y me dio la licencia. Hasta el día de hoy sigo usando en algunos chistes el dibujo del levantador de pesas.Durante esa licencia me dediqué a recorrer revistas. Me acomodé en trece revistas. Algunas semanales, otras quincenales.
–Qué capacidad de trabajo.
–¡Ah sí, sí!
–Pero nunca ha dejado de encontrar tiempo para la diversión y los viajes.
–También. En los lugares donde viajo me gusta conocer las costumbres del pueblo, seguirlas. Comer la comida que comen. Cuando estuve en Africa, sin saberlo, comí hormigas. Fijate que eran unos palitos salados que nos dieron en Ciudad del Cabo cuando pedimos cerveza. Unas hormigas grandes, que las resecan al sol y después las salan.
–¿Eran ricas?
–Tenían rico gusto, como a langostinos. Una vez, en Córdoba, a los nueve años, fui antropófago. Resulta que estábamos almorzando, había puchero y notamos un gusto dulzón a la carne. Llamamos a la cocinera: “Lucía, ¿le puso azúcar?”. “No, no”, nos dice. A la tarde fuimos al pueblo en auto –el pueblo se llamaba Los Cocos– y vemos que en la carnicería al carnicero –Riga, me acuerdo que se llamaba– lo llevaban preso: había matado a un tipo y lo había cortado en pedacitos.
–Ay.
–Seguro que nos lo comimos. Cuando muchos años después vi Mondo cane, me encontré con cosas sorprendentes para uno. Aunque yo a veces me he encontrado viviéndolas. Una vez comí cucarachas rellenas.
–¿Dónde?
–Aquí, en Buenos Aires. En un lugar donde la gente iba con smoking, en Belgrano. Se llamaba Sí. Fui una noche, el menú decía “Hoy, cucarachas”. Pedí y probé. No me gustaron... tenían un gustito... estaban como hechas a la villeroi. Pero, no. No me gustaron.
–Sólo después de probar las cosas, dice que no.
–Si es posible, prefiero probar.
–Cuénteme más de Africa.
–La conozco bastante. Fui allí con Miguel Brascó, en la época en que los dos dibujábamos en Tía Vicenta. Una vez casi nos matan. En Transkey, que es como una provincia chiquita dentro de Sudáfrica, cerca de Durban... Teníamos un auto y atravesamos esa zona. Todos negros. Veíamos, al pasar, a los curanderos vendiendo cositas, polvitos... En eso el auto se nos para, se nos ahoga. De las chozas, desde una especie de lomita, empiezan a bajar quinientos, seiscientos negros. “Subamos las ventanillas”, dijimos.
Nos rodearon y golpeaban el auto gritando “¡Vasela, vasela!”. De pronto, se habrá corrido una basurita en el carburador, arrancó el auto, con gran alivio nuestro y gran furia de los negros, que se quedaron gritando. Al pasar la lomita y ver más de cerca las chozas vimos ruedas de auto colgadas, patentes... Cuando llegamos a Durban, preguntamos qué quería decir “Vasela”. “Entréguense”, nos tradujeron. Eso era lo que decían mientras casi nos rompen el vidrio del auto.
–Así que esos caníbales con un hueso atravesado en el moño que aparecen a veces en sus dibujos están en su memoria, no son imaginarios.
–Más que imaginar, uno conecta la memoria con situaciones nuevas. Se mezcla todo. En Ciudad del Cabo, una vez, nos detuvimos en un parador. Se acercaban mucho unos monos, que ellos llaman baboons que en español se llaman babuinos. Miden como un metro y medio de alto. El guía nos dijo que roban niños. Yo pensé si no andaría por ahí el origen de la leyenda de Tarzán. Cuando volvíamos de ese lugar, en avioneta (el aviador se orientaba con mapas), nos perdimos. El viaje a Johannsburgo era de una hora y ya hacía tres horas que volábamos. El aviador nos dijo que se nos podía acabar el combustible. ¿Aterrizábamos? Pero si aterrizábamos ahí, a la noche nos comían las fieras. Brascó estaba tirado, verde. Otro muchacho que viajaba con nosotros, periodista de Play Boy, también verde. Yotampoco estaba contento, aunque no desesperado. De pronto pudo captar la radio, el aviador: nos hizo una seña como de “ya vamos bien” y retomó la dirección. Pero fue una hora de angustia.
–¡Si tuviéramos en cuenta las cartas astrales, usted debe tener lo que se dice buena estrella!
–¡Me hicieron, sí, una carta astral! Me la hizo el primer astrólogo que hubo en la Argentina. Francisco Mujía Jackson. Cuando yo trabajaba en Tía Vicenta me fue a ver porque él tenía ganas de colaborar allí. Además, era experto en jazz. Me llevó mi carta astral: “No viajes –me dijo– esta semana. Porque vos vas a viajar...”.”Sí –reconocí, yo acababa de comprarme una camioneta, una estanciera–, pienso irme a Mar del Plata.”
“No vayas. Vas a tener un accidente y te rompés las piernas. Está en tu carta astral. En cambio, yo voy a hacer un negocio bárbaro, me voy a llenar de plata”. “ Tengo que ir. Mi familia me está esperando”, contesté, y me fui preocupado, despacito. Pasé cinco días en Mar del Plata. Volví. Y, nada. Al llegar lo llamé por teléfono para tomarle el pelo. Y me dicen: “Murió anoche”. ¿Qué querés que te diga de los astrólogos? Habrá mirado mal por el telescopio el pobre.
–¿Nunca sufrió un accidente?
–Uno serio en mi mano, que ahora ya está bien. Aunque, para siempre, tendré que ejercitarla con una banda elástica. Fue un asalto. Se me quemaron todos los nervios, se me rompieron todos los huesos con un balazo. Me la reconstruyeron con cuatro clavos. Por suerte las cabezas de los nervios no se quemaron, crecieron, como una planta.
–¿Cómo fue?
–El asaltante fue “el concubino de la mucama”, para hablar en los términos del informe. En mi casa. Me apuntó, me encandiló con su linterna y dijo, como en las películas:
–¡Esto es un asalto!
–¿Y a mí qué me importa? –le dije yo.
–¡Pero yo soy el ladrón!
–Y yo no me considero asaltado.
–¡Dame la plata!
–No te doy nada.
–Te voy a matar.
–Si me matás, ¿quién te va a dar algo? El ladrón transpiraba. Dio la casualidad que pasó una patrulla con sirena. Se puso nervioso, pegó un tiro, con silenciador (que suena como una botella de champán), instintivamente levanté la mano para protegerme, resbalé y el tiro me dio en la mano derecha. Temí no poder dibujar más.
–Un genio, el cirujano.
–Es un muchacho de unos cuarenta y tantos años. Me dijo que yo le hacía recordar a su padre. Me emocionó que me dijera eso. Después le regalé, cuando pude hacerlo, mi primer dibujo, agradeciendo su pericia.
–¿Qué dibujó?
–Un médico que le habla a la paciente que está detrás del biombo.
“Señorita ¿ya se sacó la ropa?”. “Yo sí, doctor ¿y usted?”. Le encantó. Gracias a él puedo seguir garabateando, que es mi modo de ganarme la vida.
–¿Cuáles eran los lugares más lindos, más divertidos de la noche porteña en las décadas del 50, el 60...?
–¿En Buenos Aires? ¡UuUuuuhhh!
–¡Lugares para tomar copetines!
–Ah, conocés palabras antiguas. Las chicas de hoy, si un señor las invita a tomar copetines, creen que es algo malo –se ríe.
Mirá. Acá en Buenos Aires, en Olivos, era la zona donde estaban todas las boites: Reviens, L’hirondelle, Sunset... al lado de Reviens había otra que se llamaba Fantasio...
–¿Eran muy distintas de las discotecas de ahora?
–Distinto, sí. Se podía conversar. Yo fui uno de los promotores de la boite Mau Mau.
–En Arroyo, la única calle curva del centro.
–”El codo elegante de Buenos Aires”. Mau Mau la hicieron los mellizos Lata Liste.
–Cerró hace unos tres años, ¿no?
–Sí. Fue toda una época. Había otra que se llamaba Costa Norte, en Núñez. Un muchacho, Fernández de Bobadilla la dirigía. El lo asesoró a Lata Liste, y este otro muchacho, que fue marido de Susana Giménez y de esa cantante, ¿cómo se llama?
–¿Valeria Lynch? ¿Héctor Cavallero?
–El. Era una especie de secretario mío en Tía Vicenta, me traía informes. Un día me dijo: “Se va a inaugurar Mau Mau en Buenos Aires, una boite única, una de las mejores del mundo, con un sonido espectacular. Con un portero que no va a dejar entrar a la gente que no le guste”. Se llamaba Fraga, el portero. De cada diez personas, a una, no la dejaba entrar. Era su táctica. Porque sí. Para fomentar la fama de exclusividad. Se puso de moda Mau Mau. Era muy linda.
Después, también, había una cantidad de restaurantes, de lugares para elegir... La gente iba y se encontraba. Te encontrabas con tus amigos. Divito, que era muy amigo mío, puso una boite que se llamaba Zoom Zoom. Yo iba mucho.
–¿Es buen bailarín?
–Ah, sí, sí. Me gusta mucho el tango, la milonga, la música tropical, que ahora le dicen salsa. A Celia Cruz la conocí en el año ‘59, cuando poca gente la había escuchado en Buenos Aires. Viajé en ese año a Estados Unidos. Después pasé por Puerto Rico y allí compré discos de ella, con La Sonora Matancera. Con Tito Puente.
Me encanta la música portorriqueña, que es la espléndida bomba... El merengue de Santo Domingo, la cumbia de Colombia, el tamborito de Panamá (lindísimo, el tamborito)... y bueno, la pachanga, la guaracha, el guapachá, todo eso, de Cuba y los alrededores.
–¿Cómo conoce tanto de música popular?
–Tuve una orquesta, una vez, con Santos Lipesker: Los Tururú Sereneiders. Eran viejitos. Tocaban con galera... y babero. Porque yo había compuesto un personaje, Reblán, que hacía de viejito reblandecido.
Yo tenía un amigo –acababan de aparecer las medias strecht, de nylon– que las usaba con liga. Entonces yo decía: ¡este tipo está reblandecido! Así se me ocurrió el personaje Jacinto Doblebé, el Reblán. Y en el programa de Tato Bores –que yo se lo escribía en esa época– entre la actuación de Manolo de Monroe y la de Tato aparecían Los Tururú Sereneiders. Juan Caldarella –el autor del tango “Canaro en París”–, que es buenísimo, tocaba el serrucho con un arco de violín (sonaba rarísimo).
–Fueron los antepasados de Les Luthiers.
–¿Cómo? Si... sí... con instrumentos hechos por ellos... con humor, tenés razón. Hacían una música que se llamaba “Chipi, Chipi, Tururú”.
–¿No era “Chipi Chipi, Bang Bang”?
–Esa era otra. Esta era el “Chipi, Chipi, Tururú”. El chipi, chipi es mejicano. Se había puesto de moda. Después saqué el chipi chipi “El manotón”.
–¿Pero usted los componía?
–Yo escribía la letra. Lipesker escribía la música –era un gran músico– y hacía los arreglos. El tenía muchas orquestas. Te digo, “El manotón” se hizo muy popular.
–¿Cómo era el estribillo?
–”El mano, mano, el manotón/ cuidado ‘mano con el manotón”. Y seguía, hablando de una chica que iba al cine, todo con doble sentido. Ese año yohabré hecho como diez temas: “La muña, muña”, otro que se llamaba “Fuerte de caderas”...
–¿Cómo era ¡por favor! “Fuerte de caderas”?
–¡No me acuerdo! –y se mata de risa– Eran temas que divertían a la gente. ¡Si te digo que ese año, en Sadaic (la sociedad de autores) salí tercero! Creo que el primero, ese año, fue Canaro, el segundo Palito Ortega... y el tercero ¡fui yo! Le había hecho una apuesta a Miguel Brascó: que iba a ganar plata –le dije– con una sola palabra. En medio del chipi chipi paraba la orquesta y Juan Caldarella decía: “¡Trácate!”. Gané la apuesta. “Trácate” se convirtió en un personaje de los Tururú: un viejito al que le gustaban las mulatas y salir... y al mismo tiempo era un funcionario importante. Yo miraba todo lo que hacían los viejos: cuando oyen un compás que les gusta, tamborilean con los dedos en la mesa, o silban en seco: “Tss, tsss, tss...” y proponía que lo hicieran los Tururú. En cambio los jóvenes, entonces, llevaban el compás, así, a lo grulla, adelantando el cuello y sacando la mandíbula: para adelante, para atrás. Yo me reía mucho observando todo eso en los lugares donde iba.
–¿Y en los que vas ahora?
–También me divierto mucho.
–¿Cuántos años tenés, Landrú?

–¡Setenta y seis... y me llevo uno! –y vuelve a reírse.